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Annie Hall, menswear

El síndrome Annie Hall o por qué hay más menswear para mujeres

¿Cómo la reafirmación de un cliché masculino puede ser un ícono de moda?

Pantalones kaki, una camisa suelta, sombrero, chaleco de vestir y un par de zapatos oxford hacen de Annie Hall (Diane Keaton) un ícono en la moda. Su estilo alejado de la feminidad casi frágil hizo que las mujeres se atrevieran a vestirse como si hubiesen robado la ropa del clóset de un hombre.

 

En la década de los ochenta, el power dressing retomaba la vestimenta masculina como un estandarte para las mujeres que se negaban a perpetuar los estereotipos de la época. Así, una revolución social cambió la moda femenina para hacer un statement: una mujer es igual de poderosa que un hombre, pero sólo si vestía como uno.

Annie Hall (1977).

Sin embargo, la reinterpretación de la moda masculina para las mujeres no fue algo exclusivo de la década ni de un filme —una joven Coco Chanel lo cambiaría todo desde mucho antes—, sino una constante que ha ganado terreno con el paso de los años. Así, las mujeres ahora cuentan con un abanico de opciones en ropa que aluden (o tácitamente pertenecen) al menswear.

 

La fiebre por los boyfriend jeans, lo oversized o las prendas con corte sastre es un fenómeno más sintomático que accidental. Los factores son diversos. En primer lugar, la existencia del “pink tax” o impuesto rosa que vuelve más caras las cosas para mujeres aún cuando se trate objetos exactamente iguales, las atrae a las secciones de moda masculina.

De acuerdo con Lou Stoppard, en un artículo publicado por Financial Times: “She wears the trousers: why smart women are buying menswear”, un vestido de nueva temporada de Mary Katrantzou o Simone Rocha puede costar entre mil y dos mil libras esterlinas (es decir, 26 mil y 52 mil pesos mexicanos), mientras que marcas como Green ofertan pantalones para hombre en 500 libras (13 mil pesos mexicanos) y abrigos en 800 libras (20 mil pesos mexicanos).

 

Aunque no todo se trata del precio. Las prendas hechas para hombre presentan varias ventajas frente a la ropa femenina: telas más gruesas, duraderas, estilos clásicos con el toque justo de tendencia y un rango de precios variado (fast fashion y lujo), sin mencionar que aún en 2017 sigue siendo un manifiesto que lucha por y para las mujeres.

Gucci Fall 2016

Gucci Fall 2016 

Lo anterior se debe al conocimiento —o quizás encasillamiento— del “típico” hombre, o sea su cliente modelo: un sujeto que detesta el ritual de ir a una tienda departamental y probarse prenda por prenda, así que sólo va una vez cada tanto y compra lo necesario, aún cuando ese estereotipo se comienza a borrar.

 

Pero, la razón principal recae completamente en las propuestas de los diseñadores, en las que la línea entre el menswear y lo femenino se difuminan, sin llegar por completo a lo genderless. Ya sea por los materiales como terciopelo o seda, los cortes sin siluetas definidas o bien, estampados muy arriesgados para los más conservadores, los diseños están hechos para hombres, pero pensados para otro comprador, por ejemplo la propuesta de Dolce & Gabbana.

 

Claro que hay un nicho que los usa, pero una vez que las Semanas de la Moda terminan, se vuelve complejo encontrar clientes para ello. Es ahí donde entran las mujeres, esas compradoras invisibles para el mundo, pero vitales para las marcas. Es por ellas que el menswear se renueva —y por lo que el “Síndrome Annie Hall nunca muere— y parece a veces tan arriesgado, porque está hecho para otro mercado.

 

Texto colaboración de Loyda Muñoz.