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ivan el terrible

Orquioctomía para mí

¿Es hasta aquí donde llegué? ¿Es lo más que podré hacer? ¿hasta aquí llegaron los sueños? Esa sensación de vértigo que te causa la incertidumbre, en la que te reencuentras con aquellas pequeñas grandes pláticas que tienes reprimidas por el paso rápido del tiempo y por las sensaciones aparentes de tranquilidad y prosperidad que te da la rutina. 

Fue ahí donde me encontré al filo de la butaca, en el vacío y conmigo mismo. Solo que esta vez no era una butaca ni Yo era un espectador, era un sillón en una fila llena de agujas y de desconocidos donde lo único que sabía era que no tenía la más remota idea de lo que pasaría con mi futuro, el de mi familia y el de todas las personas a mi alrededor. 

Algo que a la fecha me sigue atormentando es ese tiempo perdido. Porque el tiempo se mide en relatividad de los eventos que acontecen con y sin tu observación. Así es como creció mi hermano menor, sin mi presencia o mejor dicho: con mi ausencia.

En noviembre de 2016 fui diagnosticado con cáncer germinal testicular con metástasis a lo más profundo de mis entrañas. Fue un 24 de noviembre para ser más preciso; el día del cumpleaños de mi hermana la de en medio que dejó de ser celebración y se convirtió en la noche más sombría y cruda para mi familia en mucho tiempo. En ese momento entré por primera vez como paciente a un tomógrafo, después de haber trabajado por lo menos cuatro años para una cadena de hospitales en México, esta fue la primera vez que vi a profundidad  como era un hospital por dentro; nunca imaginé que los hospitales, doctores y enfermeras estarían asomándose más de seis meses al más profundo interior que yo jamás pude ver o imaginar.

En retrospectiva, las lágrimas de felicidad tienen un costo mucho más doloroso que cualquier gota derramada por desesperación. De pronto, me encontré sentado frente a radiografías, tomografías y análisis sanguíneos que me llevaron a un punto de shock que me hizo sentir  fuera de mi realidad y contexto por más de un siglo y que duró solo 60 segundos. Frente al médico y con mis papás de la mano, vi pasar por contraluz cada uno de los estudios, fue donde todo y nada pasó por mi cabeza al mismo tiempo. El doctor, frío como su profesión los transforma  a base de desapego, pérdida, dolor y esfuerzo los hace ser; miró hacia nosotros para decir: vas a vivir. Pero tu vida, a partir de ahora no será la misma. Fue ahí donde regresé a mi cuerpo y conciencia, escuché lo que dijo pero simplemente no pude procesarlo hasta tiempo después que me vi caminando delante de mi familia desesperado hacia la puerta.

Para cuando iba llegando a la salida, mi Papá me alcanzó y me tomó de la mano, fue ahí donde supe que nada más importaba, que tenía todo lo que lo que más quería y lo había dejado de ver hace más de ocho años para ese entonces; el apoyo incondicional del amor que se le tiene a un hijo,  que por ambición personal y un total erróneo desapego había dejado de lado y que ese tiempo nunca lo iba a recuperar. Fue ahí donde esas lágrimas de felicidad se materializaron.

Algo que a la fecha me sigue atormentando es ese tiempo perdido. Porque el tiempo se mide en relatividad de los eventos que acontecen con y sin tu observación. Así es como creció mi hermano menor, sin mi presencia o mejor dicho, con mi ausencia. El 27 de noviembre de 2016 entré a quirófano por primera vez, la operación fue orquiectomía derecha para extirpar el tumor maligno que originó lo que sería un parteaguas para cambiar mi vida por completo, para bien y para mal. Nunca tuve una fractura, apendicitis o cualquier malestar que me haya ocasionado un internamiento en un hospital. Ese día fue el cumpleaños diecisiete de mi hermano menor, aquel ser tan querido que dejé solo, del que mis últimos mejores recuerdos había sido cuando tenía nueve años y subimos a la azotea de nuestra casa a presenciar y grabar un eclipse lunar, su primer recuerdo y el que más preciado  que tengo con él. Perdóname, te dejé mucho tiempo.

La noche de mi diagnóstico fue dura para todos menos para mí, al estar en shock no dimensioné nunca lo que estaba pasando ¿cáncer, a mí? Por favor, tengo 26 años.

Desperté de mi primera operación todavía en quirófano de un hospital privado y rodeado de médicos y enfermeras que me ayudaron a volver a mis cinco sentidos mientras intentaba entender qué estaba pasado ¿había salido todo conforme al plan? Con mucho dolor en la ingle y de repente rodeado de mi familia, comencé a tomar conciencia solo para darme cuenta de la mirada de mis padres, leía incertidumbre en sus ojos, miradas y expresiones. ¡Todo está muy bien! fue lo que me dijeron. Sin embargo faltaba lo más importante, el estudio patológico del tumor recién extirpado: 20% carcinoma y 80% teratoma. Teratoma viene del significado etimológico: Teratos (monstruo)  y omas (masa tumoral).

Curiosamente cada fecha durante ese periodo de 2016 tuvo un significado contextual para mi familia. Mi mamá, un ser maravilloso que siempre devota a su familia además de trabajar tiempo completo también veló por el cuidado de que mi familia. Ella siempre conservó su fe  religiosa muy arraigada hasta hoy. Fue ahí donde comenzó el verdadero proceso del tratamiento, un 12 de diciembre de 2016, precisamente el día de la Virgen de Guadalupe). Para mi Mamá fue una señal de que todo iba a estar bien mientras mantuvimos la fe, mientras que para mí fue un alivio saber  que ella se sintiera por lo menos un poco más tranquila y con sus oraciones mucho más fuertes y enfocadas en buenos presagios.

La noche de mi diagnóstico fue dura para todos menos para mí, al estar en shock no dimensioné nunca lo que estaba pasando ¿cáncer, a mí? Por favor, tengo 26 años. Fue así como en el hogar de mis tíos, que son como mis segundos padres, estuve dando vueltas por la cama intentando darle una explicación lógica a lo que estaba pasando. Hasta que escuché ese llanto que todavía llevo dentro de mí, el cual solo pude comparar con la pintura de “Iván el terrible y su hijo”, bajé corriendo las escaleras solo para encontrar a mi Mamá abrazada por mis tíos y llorando desconsolada por la posibilidad de perder a uno de sus hijos. Esa fue mi fuerza y mi motivación, el punto en el que le di sentido a la lucha en ese entonces cuando no sabía lo que me esperaba.

Ese tratamiento que comencé el Día de la Virgen de Guadalupe fue la quimioterapia, donde al filo de la butaca sentí por primera vez la desesperación e incertidumbre que me tienen aquí ahora. Según mi cuadro, la quimio se compuso por ciclos de 30 días, donde los primeros 5 días debí estar conectado a metales pesados durante 5 horas, un refuerzo al siguiente lunes y otro al siguiente para cerrar el ciclo con 5 días de descanso donde a manera de recompensa podía inyectar ampolletas con vitaminas, que vendrían a contrarrestar de manera parcial mi estrepitosa pérdida de defensas, de peso, de apetito y de pigmentación en la piel.

Lo que comenzó ese 2016 en vida no se compara y nunca se comparará con lo que han sufrido miles y millones de personas y familias en México quienes desde su contexto y posibilidades, han luchado hasta la última instancia para permanecer juntos, para seguir con esperanzas, para mantenerse con vida. Esto que escribo es por aquellos que estuvieron ahí, que ahora ya no están,  por sus familias y sobre todo por no perder la esperanza cuando tu mismo cuerpo te está matando.

Esta es la primera parte, de cómo sobreviví al cáncer y como mi entendimiento de la vida cambió para siempre.

Texto e imagen de tomografía por Ivan Navarro. Imagen de portada cuadro Iván el Terrible y su hijo, Ilía Repin (1885)